domingo, 19 de octubre de 2014

los templarios



La orden del Temple surgió a principios del siglo XII en Jerusalén, a partir de un grupo de caballeros que se declararon donados o servidores del Santo Sepulcro y se dieron como misión defender los Santos Lugares frente a los musulmanes. Dotada de una regla monástica y tutelada directamente por la Santa Sede, la Orden tenía un doble carácter, religioso y militar, rasgo que puede chocar a nuestra mentalidad del S. XXI, pero que resultaba ampliamente aceptado en el contexto de la Edad Media y del periodo de las Cruzadas. Pese a ello, no fue fácil, en el momento del nacimiento de la nueva orden, realizar la fusión entre el caballero y el religioso. La Iglesia cristiana, que en sus orígenes era esencialmente pacifista, tuvo que modificar su ideología sobre la guerra hasta llegar a una concepción nueva, cuyo modelo fue el Temple.


En sus primeros tiempos, el cristianismo se oponía a las acciones bélicas. No obstante, ya en las obras de san Agustín (S. V) y san Ildefonso (S. VII) se empieza a presentar una justificación de la guerra. El camino en esta evolución empezó con la elaboración del concepto de la guerra justa, es decir, «guerra legal» o «guerra lícita», aquella que se emprendía para defender a la Iglesia; por ejemplo, para oponerse a las invasiones de los bárbaros.



En una época en que el patrimonio de la Iglesia se encontraba amenazado por la anarquía feudal, la violencia era justificable si servía a la defensa de las posesiones del Papa (el Patrimonio de San Pedro) y en general de los bienes eclesiásticos. La Iglesia intentaba así encauzar la violencia de la aristocracia guerrera que amenazaba a los débiles e indefensos. Una primera manifestación de esta tendencia fueron los concilios de Paz y Tregua de Dios, que se hicieron frecuentes desde el S. XI y que prohibían la puesta en marcha de acciones armadas en determinados periodos del año.

El último eslabón en la adopción de una nueva mentalidad guerrera en la Cristiandad lo constituyó el concepto de guerra santa. La guerra resultó sacralizada por dos motivos: la bondad de la causa y la demonización del enemigo. Estos dos motivos se aunaron en las cruzadas, que tenían como fin la recuperación de los Santos Lugares, lo que a su vez entrañaba la lucha contra los infieles, los enemigos de la fe. De este modo, el combate contra los paganos adquirió carácter penitencial porque perdonaba los pecados, al mismo tiempo que abría las puertas del paraíso a los que morían en la batalla. La guerra santa de los cristianos confluyó de este modo con el concepto islámico de yihad (que se define, en sentido estricto, como la lucha para el verdadero triunfo de la religión sobre la impiedad). La diferencia reside en que en la doctrina de Mahoma, como en el Antiguo Testamento, la guerra estaba prohibida desde sus orígenes, ya que política y religión iban unidas. En cambio, en el cristianismo la sociedad civil era laica y autónoma respecto al clero; por este motivo, la Iglesia tuvo que seguir una sofisticada evolución doctrinal hasta llegar a sacralizar la guerra.

Con el triunfo del ideal de la guerra santa, los santos cristianos –que antes eran mártires, religiosos y anacoretas– se convirtieron en santos guerreros, participando en batallas o ayudando a los ejércitos. Baste recordar la leyenda de la intervención milagrosa del apóstol Santiago en la batalla de Clavijo (supuestamente librada en el S. IX entre Ramiro I de Asturias y Abderramán II), o la del caballero con armas blancas que los sarracenos dijeron haber visto en la conquista cristiana de Mallorca en 1229, que se identifica con san Jorge. De esta manera, los términos milites Dei y milites Christi, «soldados de Dios» y «soldados de Cristo», que hasta entonces se referían a los cristianos que libraban un combate espiritual con las armas de la oración, pasaron a designar a los guerreros que combatían con la espada a los infieles.

La aparición de la orden del Temple abrió a los cristianos una nueva vía de santidad a través de la guerra contra el enemigo, tanto en el plano espiritual como en el corporal. Hugo de Payens, el primer maestre de la orden, afirmaba que la culpa y el pecado residían en la intención y no en el acto en sí: de este modo, quien mataba a un enemigo pecaba si lo hacía con odio; en cambio, era inocente si lo hacía con ánimo puro.

A instancias de Hugo de Payens, san Bernardo, abad del Císter, escribió entre 1126 y 1129 el Elogio de la nueva caballería. Aunque este último quizá creía que el ideal del Temple era inferior al monástico, apoyó la nueva comunidad en bien de la Iglesia, lo que procuró a la Orden un precioso reconocimiento en el seno de la misma gracias al prestigio de su valedor. Pero era todavía necesario el reconocimiento oficial de las autoridades eclesiásticas, que llegó con el concilio celebrado en Troyes (Francia) en 1129, en el que se dotó a la orden de una Regla. Esta Regla, que no fue redactada directamente por san Bernardo pero sí inspirada por él, compendiaba la nueva religiosidad encarnada por los templarios: «Nos dirigimos en primer lugar a todos los que desprecian secretamente su propia voluntad y desean con un corazón puro servir al Rey Soberano en calidad de caballeros, y con firme diligencia desean llevar, y llevar permanentemente, la nobilísima armadura de la obediencia», se lee en su prólogo.

La Regla primitiva de la orden del Temple fue redactada en latín y traducida a la lengua d’oïl (francés) diez años más tarde. Sucesivamente, durante 150 años, se le fueron añadiendo artículos sobre diferentes aspectos del funcionamiento –jerarquías, penitencias, vida conventual, celebración de capítulos, ingreso en la Orden–, que se agruparon bajo el nombre genérico de Estatutos (Retraits). La Regla y los Estatutos debían ser conocidos por todos los miembros de la Orden y, por este motivo, se leía un resumen en la ceremonia de admisión de nuevos hermanos.

Conseguir la unión armónica de la vida religiosa y la vida guerrera no era tarea fácil y, por este motivo, la Regla suprimía lo superfluo de cada una de ellas. Así, mediante directrices «antiascéticas» se intentaba eliminar de la conducta de los templarios aquellos elementos de la vida religiosa que, llevados al extremo, podían afectar a su actividad como guerreros. Por ejemplo, se prohibía a los hermanos que comieran de un mismo plano a fin de evitar la tendencia a ayunos exagerados que los debilitarían en la batalla. Con el mismo objetivo, también se dispensaba de los rezos matinales o de asistir de pie al oficio divino si el caballero estaba fatigado. Además, impidiendo de esta forma las actitudes extremas de ascetismo, se conjuraban posibles desvíos heréticos. Por otra parte, por medio de normas «antiheroicas», se reducía a su mínima expresión el afán de lucimiento que caracterizaba a la caballería profana: se prohibía la exhibición de la fuerza física y se desaconsejaba la participación en justas y torneos para realizar proezas individuales. Los templarios tenían también prohibida una de las principales ocupaciones de los guerreros: la caza. La única excepción era la caza del león, a causa del peligro que este animal suponía en los caminos de Oriente y porque simbolizaba el mal, es decir, los enemigos de la Cristiandad.

En el contexto de las nuevas ideas sobre la sacralización de la guerra, la institución de los templarios suponía un cambio en la sociedad y en la espiritualidad de la Edad Media. Hasta entonces, los fieles que deseaban consagrarse a Dios, los clerici, debían abandonar el mundo, y el claustro o el sacerdocio constituían las vías de la religiosidad suprema. Con la aparición de la orden del Temple se abría una tercera vía para alcanzar la santidad: ser religiosos y al mismo tiempo pertenecer a la clase de los guerreros, alcanzar la Jerusalén celeste y la Jerusalén terrestre. Esta nueva vía entrañaba una alteración en la división tradicional de la sociedad medieval en tres estamentos absolutamente separados entre sí: oratores (religiosos), bellatores (guerreros) y laboratores (los que trabajan). Los templarios, en efecto, fueron a la vez oratores y laboratores. Por esta razón, su regla resultaba, en palabras de la historiadora Simonetta Cerrini, «antiascética para los frailes y antiheroica para los caballeros».

Los templarios vivían en conventos en los que ingresaban después de una ceremonia de recepción, como en otras órdenes religiosas. Como en ellas, hacían votos de pobreza, castidad y obediencia. Aunque su Regla es de inspiración claramente benedictina, la liturgia procedía de la antigua basílica del Santo Sepulcro y se adaptaba a la religiosidad de los lugares en los que la Orden se implantaba, como muestran los libros litúrgicos atribuidos a los templarios que se han conservado. Una constante del Temple fue la asimilación de las peculiaridades lingüísticas, artísticas y de todo tipo de los lugares en que se hallaba implantada.

Los templarios representaban el ideal del monje-guerrero

En las actas del proceso de supresión de la Orden, los templarios dieron cuenta de sus hábitos religiosos: limosnas a los pobres, rezos y devoción a la Virgen. También se decía que las capillas templarias tenían gran riqueza de ornamentos para el culto divino, sólo igualada por las catedrales. Esta afirmación parece un poco extraña a la luz de nuestros conocimientos, puesto que pocas riquezas de este tipo se han conservado. Por los inventarios realizados después de la supresión de la Orden sabemos, sin embargo, que los templarios poseían valiosos objetos de culto como cruces, hermosos libros, casullas bordadas o preciosos relicarios.

El Temple, como la orden del Hospital de san Juan y la orden Teutónica, hizo una importante contribución al arte de la guerra en la Edad Media. En este punto hay que distinguir entre la guerra –que comprendía emboscadas, asedios y resistencias– y la batalla, el encuentro frente a frente. Contrariamente a la impresión general, las batallas eran escasas, aunque en Tierra Santa fueran algo más frecuentes que en los países de Occidente. Las órdenes militares tenían la misión, gracias a su conocimiento político-militar, de conducir y orientar el ímpetu incontrolado del conjunto de los cruzados, ante quienes representaban el papel de una élite militar profesional.
En Tierra Santa, los cruzados fueron siempre inferiores en número a sus adversarios musulmanes, aunque su caballería era superior. Por ello, el principal objetivo de la guerra era defensivo, lo que hizo necesario organizar una red de fortalezas para defender el territorio. Estos castillos debían albergar una gran cantidad de personas y resistir largos asedios, y sólo las órdenes militares poseían medios suficientes para construirlos y mantenerlos, hasta el punto de que en el siglo XIII estaban en sus manos la casi totalidad de las fortalezas de Tierra Santa. Baste recordar los enormes complejos templarios de Safet, Safita o Athlit, los castillos hospitalarios de Margat y el Krak de los Caballeros, y el teutónico de Monfort. Los templarios asumieron la defensa de sectores fortificados en poblaciones de la costa como Acre y Tortosa (Siria) o Sidón (Líbano).

La función de la organización de la orden del Temple en Occidente fue siempre subsidiaria de Tierra Santa y encaminada a obtener beneficios que eran enviados a Oriente en especias o en dinero. Sin embargo, la Península Ibérica constituye una excepción ya que aquí los templarios participaron de manera activa en la conquista cristiana. Para defender los territorios conquistados, los templarios hispanos construyeron fortalezas que, a medida que la conquista avanzaba, abandonaban su función bélica y se convertían en centros de explotación agropecuaria a la manera de las encomiendas europeas. Los edificios militares peninsulares incorporaron innovaciones poliorcéticas procedentes de Tierra Santa que se conjuraron con la tradición constructiva de las fortalezas anteriores de origen islámico y autóctono.

Al mismo tiempo, los castillos templarios, como los de las demás órdenes militares, presentan una particularidad que los distingue de los feudales: incorporaban junto a la capilla una galería que hacía las veces de claustro, mostrando de manera evidente la doble vocación de frailes y soldados. Importantes castillos peninsulares como Tomar y Almourol (Portugal) o Miravet (Cataluña) nada tienen que envidiar en cuanto a sistemas defensivos a los de Tierra Santa. Eran, eso sí, de dimensiones más reducidas, pues mientras en la Península Ibérica la conquista avanzaba, en Oriente resistía o retrocedía.

Los Estatutos abundan en prescripciones relativas a la actividad guerrera de la Orden, hasta el punto de que la Regla puede ser interpretada como un manual militar. En sus diversos artículos se señalan las funciones de cada estamento, las jerarquías o la organización del campamento: «Cuando el abanderado acampe, los hermanos deberían levantar sus tiendas alrededor de la capilla y fuera de las cuerdas, y cada uno debería estar con su tropa». Es posible que existiera un adiestramiento, aunque la Regla no es explícita en este punto; pero las prescripciones sobre el comportamiento en campaña, sobre cómo formar la línea de marcha o cómo ir en escuadrón, están perfectamente reguladas.

Como en un ejército, la jerarquía del Temple estaba claramente delimitada según los grados y las atribuciones correspondientes. Sus miembros sabían cuál era su lugar y conocían perfectamente sus deberes. Del mismo modo, se establecían las penas que se debían aplicar a los hermanos que incumplían las normas: el estandarte no podía ser utilizado para golpear; no se debía abandonar las filas sin permiso, actuar temerariamente o emprender acciones individuales. Los castigos tenían diferentes grados; los más graves acarreaban la pérdida del hábito y, en casos más extremos, la pérdida de la Maison, «la Casa», es decir, la expulsión de la Orden. 

A principios del S. XIV, el Temple había cambiado. Como los cristianos, los cistercienses o cualquier organización, la Orden había sufrido una evolución, apartándose de los ideales de los primeros tiempos. Tampoco tenía ya sentido entonces la caballería, y menos la religiosa. La diferencia entre la orden del Temple y otras órdenes militares estribó en que éstas evolucionaron o pudieron ser reformadas, mientras que aquélla no tuvo esta oportunidad.

Después de los últimos intentos de recuperar Tierra Santa, Jacques de Molay, último maestre de la Orden, regresó de la sede de Chipre a Europa. El Papa lo había llamado para discutir sobre una nueva cruzada y sobre la unión de las órdenes del Temple y del Hospital, fusión que Molay rechazó tajantemente. Mientras, los caballeros hospitalarios se habían instalado en la isla griega de Rodas, y podían presentarse como un elemento de contención de los ataques turcos y como continuadores de la obra de cruzada. La orden Teutónica había formado también un Estado teocrático en Prusia.

Los reyes europeos, en un periodo de desarrollo de las monarquías centralizadas, consideraban las órdenes militares, que dependían del Papado, como un obstáculo en su afán por controlar las iglesias de sus respectivos países. El Temple se convirtió así en el objetivo codiciado del rey de Francia, Felipe IV el Hermoso. 

En la lucha por la supremacía entre el Papado y el rey de Francia, éste resultó vencedor. El papa Clemente V, que debía ser el garante de la independencia de la Orden, tuvo que elegir entre los templarios y el honor del Papado. La elección no ofrecía dudas: a su pesar, en 1312, en el concilio de Viena, el papa sacrificó la Orden y la suprimió, sin embargo, nunca condenó a los templarios por herejía. Jacques de Molay, el último maestre, murió en la hoguera en 1314 por orden de Felipe el Hermoso, acabando así la historia del Temple.

Acusacion a la Orden

  • Los templarios medievales y actuales tuvieron y tienen como dios de la Luz a Baphomet, la “cabeza parlante”. El mismo dios de la Luz en varias expresiones (Baphomet, Lucifer…) ha sido importante para los Illuminati de todos los tiempos. Dan Brown, en Ángeles y Demonios (Umbriel, 2004), así lo explica, aunque envuelto en sus fantasías. Los rosacruces y sus ramas Golden Dawn y Thelema tienen muy en cuenta a Baphomet. Finalmente, la masonería moderna igualmente incorporó e incorpora en sus rituales y enseñanzas, aunque cada vez menos, al dios de la Luz en sus expresiones de Iblis, Baphomet, Lucifer… Recordemos que el general Albert Pike, en uno de los grandes tratados masónicos, Morals and Dogma of the Ancient and Accepted Scottish Rite of Freemasonry, escribía: “LUCIFER, ¡El Portador de la Luz! ¡Extraño y misterioso nombre, dado al Espíritu de las Tinieblas! ¡Lucifer, el Hijo de la mañana! ¿Él es quien lleva la Luz, y con sus resplandores intolerables ciega a las Almas débiles, sensuales o egoístas? ¡No lo dudéis, porque las Tradiciones están llenas de Revelaciones e Inspiraciones divinas, y la Inspiración no es de una Edad, ni de un credo. Platón y Filón también estaban inspirados”.


En resumen, se puede decir que existe un dios de la Luz, denominado Baphomet, Lucifer, Iblis, Prometeo…, que aparece entre los templarios, los Illuminati, los rosacruces, la masonería…, portando la Luz y la iniciación.Durante el proceso contra la Orden, se realizaron numerosas acusaciones, de las cuales la que incluye el culto a Baphomet es una de las que más popularidad ha adquirido, habiendo sido recuperada por el ocultismo a partir del siglo XIX. También se incluían rituales de renegación de la cruz o de Cristo.17

Dentro de la lista de cargos reunidos contra los templario aparecen más de cien acusaciones.18 Las referentes a la idolatría son: adoración de un gato que se les aparecía en las asambleas, que en cada provincia había ídolos, a saber, cabezas, alguna con tres caras, otras con una, y otras era una calavera humana, que adoraban a esos ídolos, o a ese ídolo, y especialmente durante los grandes capítulos y asambleas, que las veneraban, que las veneraban como a Dios, que las veneraban como a El Salvador, que decían que esa cabeza podía salvarlos, que podía hacerlos ricos, que les dio la riqueza de la Orden, que hizo que los árboles florecieran, que hizo que la tierra germinase, que tocaban o rodeaban cada cabeza de los citados ídolos con pequeños cordones, que luego se ceñían alrededor del cuerpo, cerca de la camisa o de la carne, y que actuaban así como veneración a un ídolo.El fin de la Orden del Temple


  • viernes 13 de octubre de 1307 se desarrolló la mayor operación policial de la Edad Media y, posiblemente, de la toda la Historia. Felipe IV de Francia, apodado "el Hermoso", puso en marcha una audaz maniobra que significaría el fin de una de las más grandes órdenes de caballería de todos los tiempos: la Orden del Temple. Esa mañana, al amanecer, prácticamente todos los edificios de Francia habitados por Templarios fueron asaltados por las tropas del rey y sus ocupantes detenidos. La torre del Temple de París y el Maestre templario eran los objetivos principales. Sorprendentemente, los Templarios, hábiles guerreros y feroces luchadores, no opusieron resistencia y se rindieron de inmediato. El Rey había ganado la partida con más facilidad de la esperada

unque más allá de las fronteras francesas la situación distó mucho de ser parecida, la orden estaba decapitada. Con los principales dirigentes en prisión, la posibilidad de reorganizarse y defenderse se volvía prácticamente inviable. A partir de este momento dio comienzo un controvertido proceso que duraría siete largos años. Muchos templarios fueron enviados a la hoguera, y un número mayor torturados y encerrados en lóbregas prisiones. El 18 de marzo de 1314 se juzgó a los cuatro últimos dirigentes de la orden. Dos de ellos, de los cuales uno era el Maestre, fueron quemados vivos y los otros dos condenados a cadena perpetua. Esto representó el finiquito real de la Orden del Temple, aunque dos años antes había dejado de existir oficialmente en un Concilio celebrado en Vienne. Se encargó de ello el Papa Clemente V, mediante la bula Vox in excelso.

Los templarios fueron acusados de muchísimos cargos divididos en 127 artículos. Entre ellos destacan los de herejía, idolatría o sodomía. Se acusa a los Caballeros del Temple de renegar de Jesús, de asegurar que es un falso profeta, de escupir sobre la cruz, de adorar a ídolos, de entregarse a la homosexualidad y darse besos obscenos, de omitir intencionadamente las palabras de consagración durante la misa y de todo tipo de crímenes imaginables. La historia posterior ha debatido largamente sobre la falsedad o veracidad de estas acusaciones, dando lugar a dos posturas claramente enfrentadas. Una se decanta por la total inocencia de los acusados, dando por sentado que toda la operación responde únicamente a la ambición y codicia de Felipe IV, empeñado en destruir a la Orden del Temple y apoderarse de sus innumerables bienes. La otra postura navega entre diversas opiniones, desde que lo ven indicios inciertos de culpabilidad, a los que no dudan en tachar a los templarios de cátaros, gnósticos o incluso satánicos, desencadenando las más variadas fantasías.
Parece admitido que los procesos judiciales llevados a cabo contra el Temple son nulos de pleno derecho, ocasionalmente tergiversados y alevosamente parciales, incluso aquellos que prescindieron de la tortura. Sin embargo no podemos olvidar que muchos caballeros templarios confesaron sin coacción o amenazas de por medio. Hermanos de muy distintos lugares, que no fueron torturados ni fue ejercida con ellos violencia alguna, dieron confesiones similares. ¿Fue entonces todo ello una invención de los inquisidores? No parece probable. Algo de cierto debe haber, ya que los mismos templarios reconocieron algunos "excesos", sin que halla trascendido exactamente el qué. Hoy en día, no podemos descartar la homosexualidad como algo puramente fantasioso y ajeno a algunos miembros de una Orden militar y estrictamente masculina sometidos al celibato y a un duro régimen disciplinario, pero tampoco parece plausible que afectara a la totalidad de la comunidad ni que fuera lo suficientemente grave para conllevar la disolución de la organización.

Algunas de las acusaciones, como la de escupir en la cruz o la renegación de Cristo, es posible que formaran parte de algún ritual o ceremonia de iniciación. De hecho, así fueron descritas por muchos de los templarios interrogados, quienes afirmaban hacerlo "de palabra pero no de corazón". A título personal, no encontramos factible que la Orden entera cayera en la herejía, máxime cuando se trataba del mayor ejército de la Cristiandad, al servicio del Papa y de la Iglesia.. Es un hecho bien conocido el que muchos templarios, una vez capturados por los sarracenos, eran ejecutados por negarse a renegar de su fe y abrazar el Islam.

Pudiera ser en todo caso, como apuntan algunos historiadores, que se tratara únicamente de prácticas impuestas por un núcleo secreto dentro de la orden, pero difícilmente que abarcara a todos sus miembros, algunos de los cuales promulgaron su inocencia reiteradamente. Hemos visto antes como los Templarios podrían haber amalgamado creencias paganas y cristianas, dando lugar a una religión propia, pero la conclusión que sacamos es que hacia el siglo XIV, lo que posiblemente alguna vez había sido un componente iniciático habría dejado paso a una práctica carente de significado real que los Templarios ya no eran capaces de asimilar, que llevaban a cabo sin saber muy bien a que se correspondía esa simbología, y que la mayoría de los caballeros mantenía una fe cristiana sincera y pura. Cuando nos ocupemos de otras leyendas de la Orden del Temple veremos una teoría que intenta dar explicación a este hecho.

Mientras tanto, sería demasiado largo exponer aquí, aunque fuera de forma somera, todos los hechos del proceso e investigar la veracidad de todos los cargos de las acusaciones. Muchas son de gran interés y merecerían un capítulo aparte cada una de ellas, pues su investigación se presenta de una gran complejidad. Nos conformaremos pues con profundizar en la que, a priori, parece más apasionante para la mayoría de los investigadores que se ocupan de la causa templaria: la supuesta adoración por los monjes-guerreros de un misterioso ídolo que ha pasado a la posterioridad con el nombre de "Baphomet".

2.- El ídolo que nadie encontró

En dos artículos del acta de acusación a la Orden del Temple encontramos que los templarios fueron acusados de adorar a ídolos con forma de cabeza humana. Especificamente, en el artículo 47 del Acta de Acusación, se menciona claramente: "En todas las provincias del Temple hay ídolos, que son unas cabezas muy singulares. Algunas de estas cuentan con tres caras, otras una sola, y unas terceras son una calavera [...] Se postraban para adorar a un ídolo que consideraban su Dios, el Salvador que vendría a brindarles el descanso eterno, asegurando que esa cabeza era capaz de protegerlos de todo mal, que proporcionaría a la orden los mayores tesoros y que podía conseguir que florecieran los árboles y que germinara el trigo en las tierras más secas [...] Por lo general, los Templarios se ataban con cuerdas esos ídolos al cuerpo, ocultos bajo sus camisas y en contacto permanente con la piel. Sus preceptores les habían enseñado que debían llevarlos continuamente, hasta cuando dormían por la noche"

Efectivamente, algunos templarios testimoniaron acerca de este punto, sin embargo las diferentes descripciones obtenidas nos hacen dudar de que se tratase de un solo ídolo, en el caso de que realmente lo fuera. Así pues, durante los interrogatorios nos encontramos con cabezas de madera o metal, barbudas o lampiñas, de terrible expresión o aspecto benigno, de uno o varios rostros y de colores variados. Unos templarios dicen haber oído hablar al ídolo, otros haber sido testigos de sus oráculos. Un caballero cuenta que los hermanos lo cubrían de besos mientras se les decía: "Adorad esta cabeza pues es vuestro Dios". Un templario de Montpellier asegura que la cabeza estaba vinculada al diablo y que aparecía algunas veces bajo la forma de un gato o de una mujer, y se dirigía a ellos. Algunos afirman que hacía florecer los árboles y germinar las plantas... Lo que parece claro es que la fantasía humana se acrecenta en sumo grado cuando es amenazada por la llama de los leños apilados en una hoguera.

Es más que probable que la conocida  imagen "demoníaca" con la que se representa al Baphomet, tenga su origen en las fantasías renacentistas, y no tenga concordancia alguna con el real.
Diablo medieval
Pero... ¿eran los Templarios idólatras? Aunque para algunos autores la idolatría sea simplemente una invento de los inquisidores para asociar a los Templarios con los infieles, esta teoría se cae por su propio peso, ya que los musulmanes no representan a Alá ni a su profeta de forma alguna. Es más, según su concepción religiosa, son los cristianos los idólatras al decorar sus iglesias con símbolos e imágenes del santoral.

Parece que fue un templario llamado Gaucerant el primero que en su testimonio describió a ese ídolo misterioso como una cabeza barbuda conformada in figuram baffometi, como si la expresión "figura bafomética" fuese común y perfectamente conocida. Lo cierto es que esa definición, de donde nace el nombre de "Baphomet", ha hecho correr desde entonces ríos de tinta. Lo que no quiere decir que los caballeros se refirieran a ella con esa denominación, o que incluso tuviera nombre alguno. Pero, si los Templarios adoraban a una cabeza, y esta se trataba de una figura "baphomética", ¿qué podía este término significar?
Antes de bucear en las diversas opiniones al respecto, más o menos justificadas, se nos antoja necesario disociar al baphomet descrito en los interrogatorios de las frecuentes figuras en las que aparece representado como un diablo alado, con cuerpo de macho cabrío y de sexo hermafrodita. Parece ser que esta absurda asociación con el satanismo proviene de ocultistas de siglos pasados, basándose en tradiciones renacentistas bastante alejadas de la realidad. Lo cierto es que en la gran mayoría de los testimonios dados por los caballeros, solamente se nombra una cabeza o cráneo, con ligeras variantes, y nada más que eso.
cho siglos después, el significado del término sigue siendo desconocido a pesar del empeño, y la imaginación en algunos casos, de los más versados investigadores. Así pues, encontramos explicaciones que defienden que "baphomet" es una corrupción en lengua occitana de Mahomet, es decir Mahoma, y que por tanto los Templarios habrían abrazado el islamismo y adorado al profeta musulmán. Otras nos dicen que proviene de los vocablos griegos Baphe y Meteos, que significan "bautismo" y "adoración", por lo que el ídolo sería utilizado en las ceremonias de iniciación de los caballeros. Hipótesis más audaces lo traducen como "Padre del Templo", "Boca del Padre", "Padre de la sabiduría" o afirman que podría tratarse de un compendio de símbolos alquímicos.
Mahoma
Para estos últimos, el Baphomet era simplemente la "Cabeza del Anciano", el Chokmak hebreo, que quiere decir "sabiduría". La cábala lo identifica con el Adam Kadmon u "hombre celestial", esencia suprema del creador y también llamado "Cabeza de las Cabezas" y lo definen así: "El Anciano está constituido por tres cabezas en una sola y tiene por atributo la sabiduría. La Cabeza del Anciano tiene dos nombres: el Gran Rostro y, vista desde fuera, la Pequeña Figura. Tres letras han sido grabadas en la cabeza de la Pequeña Figura, que corresponden a las tres mentes alojadas en tres cráneos". Esto podría referirse a las tres letras madres del alfabeto hebreo, que son los fundamentos de la cábala: Y H V. No hace falta ser muy perspicaz para enlazarlas dando lugar a una palabra: Yahvé. Lo que se saca en claro de todo esto es que los Templarios habrían tenido acceso a los secretos de la cábala, a través de sus contactos con sectas judías, desarrollando un conocimiento oculto, que quedaría reflejado en sus símbolos (como su sello) y rituales.
Incluso se ha mantenido que los Caballeros del Temple eran custodios de una importante reliquia denominada "Madylion", que consistiría en una pieza de paño, doblada varias veces y estirada sobre un marco de madera, ya que era considerada el sudario de Cristo, que aparentemente había sido perdida para el mundo durante el asedio de Constantinopla en 1204, y que sería la misma que hoy se guarda en la catedral de Turín. Si esto fuese cierto, se explicaría la postración ante el Baphomet, ya que este resultaría ser en realidad el rostro barbudo de Cristo, marcado por las heridas de la corona de espinas. Los pliegues de la sábana solo dejarían ver el rostro, de ahí que se le identificase como una "cabeza". La verdad es que hay teorías para todos los gustos.
¿Pudo haber sido el santo sudario el origen del mito de Baphomet?
El sudario de Turín
Otra interpretación ha querido ver en esta palabra una asociación con Juan el Bautista, uno de los personajes más venerados por los Templarios, que le rindieron un verdadero culto. Juan Bautista fue decapitado por orden de Herodías y su cabeza enterrada en Jerusalén. Esta cabeza, que según las leyendas habló varias veces revelando su paradero, fue según la tradición encontrada en Constantinopla a principios del siglo XIII y colocada en una bandeja, al igual que el Grial. ¿Y no son conocidos, en las leyendas griálicas medievales, los Templarios como los guardianes de este objeto sagrado cuyos poderes también hacía florecer los árboles y germinar las plantas? Quizás el Baphomet de los Templarios era la cabeza momificada de San Juan Bautista. Y quizás esta se trataba del Grial. De hecho en varios sellos pertenecientes a la Orden del Temple aparece representada dicha cabeza, barbuda y aterradora algunas veces, de perfil y sobre una bandeja otras. Parece concordar bastante bien con las confesiones. Incluso si es cierto que los Templarios que se establecieron en Tierra Santa entraron en contacto con sectas como los mandeístas cristianos, quienes tenían a Juan, y no a Jesús, por el Mesías esperado, se podría dar explicación a la expresión: "Adorad esta cabeza pues es vuestro Dios". Sin embargo, surge un problema. Según las actas de acusación, los Templarios adoraban a la cabeza en todas las provincias. Y es imposible que hubiera varias cabezas de San Juan, aparte de que las descripciones no siempre son coincidentes. Busquemos pues una hipótesis más.
Hemos hablado antes de que los indicios que observamos nos hacen pensar que Templarios podrían haber llegado a un concepto existencial que les llevase a concebir una religión muy diferente de la que Roma defendía, y que significase la unión espiritual entre todos los pueblos de la Tierra, con una única divinidad común a todos ellos. Puede que, bajo este punto de vista, el Baphomet represente el esquema mental del Temple, el modelo ideológico sobre el que se levantaba toda la ética templaria. No se trataría de un Dios ni un ídolo, sino de un símbolo. Un símbolo sobre el que concretar la ideología de la Orden para tenerla siempre presente. Al igual que las vírgenes negras representaban a la diosa madre, las cabezas eran la forma de expresar una nueva concepción del mundo, un camino sinárquico que englobase a cristianos, judíos y musulmanes, sustituyendo las religiones por una nueva que ampliase la primigenia con las demás creeencias en un destino espiritual conjunto.
Eso explicaría porque las cabezas, al igual que también ocurre con las vírgenes negras, eran descritas con ligeras variaciones entre las diferentes encomiendas templarias. Cada casa, hacienda o castillo tendría su propio Baphomet, y este, tuviese la forma que tuviese, barbado o lampiño, de madera o metal, mantendría el mismo significado para todos, la misma idea de una sinarquía universal sobre la que fundar un mundo nuevo para igualdad de todos los hombres. Pese a todo lo expuesto, un dato que no debemos dejar pasar es que en los registros realizados de forma expresa en las encomiendas templarias en busca del supuesto ídolo no se halló nada parecido a lo que podría representar un baphomet. Y eso que solo en Francia existían unas dos mil haciendas pertenecientes a la Orden del Temple. Únicamente fue hallada una bella cabeza de mujer, realizada en plata dorada, con una curiosa inscripción grabada: "Caput LVIIIm" (Cabeza 58 m), que finalmente resultó ser un relicario.

Templario sobre ¿baphomet?
 No existe ninguna sola prueba tangible de supuestas adoraciones a ídolos o de la existencia de cráneos simbólicos. Seguimos sin saber asimismo el significado exacto del término "baphomético", utilizado en una de las descripciones y que dio origen al nombre por el que es conocida la misteriosa cabeza. Solo tenemos los indicios que nos deja entrever la oscura historia de esta apasionante sociedad medieval. El enigma, como muchos otros de los que rodean a la Orden del Temple, sigue abierto.

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